Punto de inflexión

 

                El día que les pregunté a mis alumnos de 3º de Educación Primaria de Sarriguren qué querían saber sobre su eco- ciudad me dijeron que “nada” y cuando se lo conté a mi amiga Amaia González de Echávarri, mientras cenábamos, ella se partió de risa con la respuesta que me dieron; pero no es eso lo que hoy os quería contar.

            Los que realmente me conocéis puede que penséis que no hubo momentos buenos con mis alumnos, que era un tedio constante ir a clase cada día, pero no es así. Por lo menos con los momentos y con los alumnos que me quedo.

            El día que me tuve que despedir de ellos, a alguno de ellos le pregunté cuál había sido el mejor momento de los seis meses que habíamos compartido mano a mano. Hubo una chica que me dijo que se quedaba con la salida que hicimos al lago (la foto de espaldas es por la protección de ellos, ya que también la hay de frente), otra quiso recordar los patios en lo que jugué con ellos; al pañuelo y a un juego del que me tuvieron que explicar las reglas cinco minutos antes de salir a nuestro sitio para que yo pudiera jugar. Otro me dijo que le gustaban las cosas que hablábamos en valores, sobre los problemas que tenía cada uno e intentábamos solucionar, sobre lo que me intentaban sacar sobre mi vida personal...

            Me nombraron muchos momentos distintos, pero todos se quedaron con el que me quedé yo. Con una clase de Lengua Castellana. De esas que empezaban a las 12.30h, tras el patio, y pocas veces se alargaban como aquella vez. De esas en las que el libro planteaba hablar sobre el tema que fuera. Me quedo con el día que empezamos hablando sobre formas para ahorrar agua, y digo empezando, porque aquella vez fue increíble en todo lo que derivó la conversación. “¿En qué momento?” les dije yo en un instante. Pero daba igual. Ellos disfrutaban contando sus historias, porque después de decir que debíamos cerrar el grifo para ahorrar agua, una comentó que ella había compartido una vez cepillo de dientes con una amiga suya una noche que se quedó a dormir en su casa (pre covid, por supuesto), y entonces recordé que ese había sido el punto de inflexión para que todos quisieran hablar para contar su historia inverosímil; con su padre, con sus hermanos mellizos, con la abuela a la que yo conocía...

            Manos que jamás había visto levantadas con ganas de decir algo; los alumnos que hablaban siempre, levantado las dos como si les fuera a dar paso antes. Todos. TODOS respetando el turno, y yo- y esta vez de verdad- siendo incapaz de decir “hablan zutanito y menganito y volvemos a lo de ahorrar agua”, porque se les veía (y se me veía) como nunca esa ilusión. Como la vez que hablamos de los abuelos, de las pagas a escondidas de sus padres y de todo ello. Pocas veces les había visto con tanto interés como el de aquella tarde. “¿Os gustan estas clases de Lengua que hacemos de vez en cuando?” La respuesta fue unísona; “¡¡¡Sííí!!!” Pero no volvió a haber ninguna más. No tuve la oportunidad.

Y también me quedo con todos y cada uno de los alumnos de mi excompañero Asier. De esos de los que cada viernes me despedía con un “agur ekipo, astelehenerarte arte” (“adiós equipo, hasta el lunes”) hasta que llegó el último adiós sin saberlo ellos; sin saberlo yo.

            El viernes que viene vuelvo. Eso seguro.

            ¡Muy feliz fin de semana familia! Gabon.


            Aranaz, Joseju (@jjaranaz94)

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