Diario de una JMJ (II)

 

Hemos sido más de un millón y medio de jóvenes los que hemos querido vivir la Jornada Mundial de la Juventud. Pero hasta que no ves el metro a reventar- de que no cabes-, yendo todos a lo mismo, no eres consciente de ello.

Miércoles, 26 de julio

Acostumbrado a levantarme con jet lag durante los meses de verano (un poquito para contrarrestar el despertador de las 06.00h de la mañana durante el curso) que hoy me haya tenido que levantar a las 07.00h me ha sentado como una patada en el estómago, o incluso más abajo. “Levántate pronto que luego el calor aprieta” me dijo anoche, antes de acostarnos, mi pepita grillo particular. Total, que me calzo los únicos tenis que tengo- de esos que me echaron los Reyes en los tiempos en la que la vida me daba para ser runner- y me dispongo a equiparme para la JMJ.

           El Corte Inglés abre a las 09.30h, pero teniendo en cuenta que el día 4 estuve mirando cosas y no encontré nada (un poquito para equilibrar la balanza con respecto a la “buena compra” que hizo Maite Val aquel día en el que yo sí que la vi, pero no al contrario) me voy a otro lugar.

Ese mismo día, la conversación por whatsapp con Juan Pablo Valencia no me aclara nada (la preparación del campamento en Belabarce, que hace estragos en ciertos monitores nada más empezar…), total, que me decido a ir al Decathlon andando para entrenar un poco, que uno nunca sabe lo que se va a encontrar en tierras lusas.

Nada más intentar atravesar las puertas correderas (de esas en las que hay una señal gigante de prohibido, pero que un servidor hasta intentarlo en varias ocasiones no ve) la dependienta te mira como si fuera la primera vez que entras en una tienda de deporte (que es cierto que igual se pueden contar con los dedos de una mano) y te suelta que si vas a hacer el Camino de Santiago.

Antes de que me dé opción a contestar, la muchacha (porque intuyo que será más joven que un servidor) me saca, como si tuviera ya preparado de antemano, el pack peregrino conformado por camisetas ligeras, pantalones que no rocen, sombreros para el sol y para la lluvia, bastones, calcetines sin costuras y algo más que no sé qué es pero que me ha dicho que vendrá de perlas.

Me siento como si me quisiera convertir en una especie de Barbie peregrina, pero ya le digo que no, que me voy a la JMJ (vale, también de peregrino) y que busco una mochila amplia y una esterilla medio decente. La mochila me dice que puedo elegir la que quiera, “todas son fantásticas”, y con respecto a la esterilla hinchable… justo toco una, de pura casualidad y, me dice que “justamente, es esa la que yo tengo; comodísima”- lo que yo te diga-. Anda, que no saben vender…

Total, que solo me faltan una buenas zapatillas porque las que llevo ya dan un poco de pena. Me acerco a un comercio especializado (Intersport, para ser más exactos, aunque no me vayan a pagar nada por decirlo), y el vendedor me somete a un cuestionario imposible: que si cuántos kilómetros voy a andar (si lo sé en este momento, me lo pienso dos veces antes de ir a Lisboa), que si el terreno es liso o escarpado (o directamente si las aceras son pedregosas), que si las prefiero más impermeables o más transpirables… Y la pregunta que deja para el final que es la que me mata: que si soy más pronador o supinador.

Pienso que me está vacilando, así que salgo como he entrado y me digo que algo habrá por casa. Unas zapatillas blancas que usé hace muchos años, pero que me deberían hacer rozadura o algo porque están casi nuevas, así que me dejo de tonterías y me pongo a andar por casa como si no hubiera un mañana para rordarlas.

Volvemos en siete días. Gabon familia.


Joseju Aranaz (@jjaranaz94)

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