Por gilip... puertas

 

El otro día- vale, el 16 de junio de hace cuatro o cinco años; ya veis lo que tardo en contar las cosas- no sé exactamente hablando de qué con mis primas, Iñaki y Claudia salió el tema de una brecha que me hice cuando era pequeño.

Me da cierto reparo dejar a vuestra libre elección la decisión de si el título de hoy va por la anécdota que voy a contar antes de meternos en el tema que quiero abordar esta noche: pero bueno... Que cada cual piense lo que quiera.

Tampoco tengo muy claro si estos párrafos de introducción van a tener relación con el resto, porque en mi cabeza ha quedado todo muy redondito y muy empaquetadito, siendo capaz de relacionar unas cosas con otras- idas de olla mías- pero no sé si en el papel voy a ser capaz de reflejar el esquema mental en el que tan bien me ha quedado todo.

Lo que voy a contar, ocurrió hace ya unos añitos, pasaría justamente de los siete u ocho, en esos ratos que pasábamos mi hermano y yo en casa de mis abuelos haciendo tiempo a que mi madre llegase de trabajar y fuéramos a casa después de haber merendado; bocadillo de Nocilla preferentemente. Porque ya me contaréis: merendar en casa de los abuelos no tiene precio (y siempre hemos sido más de Nocilla que de Nutella o de la marca Hacendado- para gustos colores-).

Total, que en uno de esos ratos, en una de esas tardes, yo no tuve mejor idea que empezar a dar vueltas- como si fuera una peonza- en el cuarto de mi tía con un canto de una mesa bastante amenazante y un cristal de más de dos metros de alto con algo más de un metro de ancho muy propicios para hacerse un destrozo curioso.

La casualidad quiso que en una de esas vueltas- hubiera sido muy mala suerte darse contra las dos cosas- un servidor se dio contra el canto de la mesa acabado en punta en la ceja. Acto seguido la cara de Iñaki, que impertérrito miraba todo, se descompuso y al preguntarle si tenía sangre- yo no me había visto, pero lo intuía- este me contesto que “un poco”.

En ese momento, no tuve la capacidad de reacción para mirarme en el espejo de la habitación- no me preguntéis por qué-, y fui al baño para ver ese “un poco” de sangre.

¿¿Un poco?? ¿¿En serio?? Tenía una brecha en toda la ceja por donde brotaba la sangre como si no hubiese un mañana. En el momento del corte os juro que no me dolió nada, pero al momento de verme... era poca la sangre para las lágrimas que caían de mis ojos.

Aunque lo peor de aquel día no fue el río de sangre por el pasillo de casa de mis abuelos, ni como le dejamos al taxista el coche una vez vino mi madre para ir a urgencias sin ni siquiera saludar a sus padres… Lo peor de aquella tarde fue la mujer curvi- no, no era curvi, estaba gorda, con todas las letras: GOOORDA- que se me tiró encima para que una médico que parecía que estaba de prácticas me cosiera sin anestesia y yo estuviera inmovilizado.

Y me quedan cuatro líneas para deciros que hoy pensaba hablar del programa Las tres puertas, presentado por María Casado los miércoles a las 22.40h en el prime time de La 1 de TVE. Un programa amable, blanco y con la palabra como protagonista, pero la catalana no está teniendo mucha suerte con respecto a las audiencias. Es verdad que esta semana el programa logró su máximo de temporada (7.3% de share) con las visitas de Mercedes Milá, Vanesa Martín, Carlos Herrera y cuatro de los protagonistas de Cuéntame (Maria Galiana, Ana Duato, Pablo Rivero e Irene Viseo) pero no suele superar el 6%.

Volvemos en siete días. ¡Muy feliz fin de semana (aunque sea con una hora menos- recordad que en la madrugada del sábado al domingo a las 02.00h serán las 03.00h-)! Gabon.


Joseju Aranaz (@jjaranaz94)

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