El Rey Artur

Cómo es la vida...hace poco se celebraban las elecciones a la Generalitat de Cataluña, las que Artur Más quiso convertir en un plebiscito para proclamar la Independencia de dicha comunidad autónoma. Y me viene a la memoria aquello que escribí, hace casi un año, sobre la consulta (ilegal) que el propio 'President' hizo sobre si debían o no separarse de España. 

Lo que podéis ver y escuchar sobre esta entrada es el himno nacional de Catalunya (o Cataluña, si así lo preferías, no quiero levantar ampollas ni suspicacias). Por cierto, nótese que he dicho himno “nacional”, de nación...Ya la hemos liao'. ¿Esta bien dicho eso de “nacional"? Vamos a ver...

El término nacional tiene su origen en el latín. Proviene de natio, nationis (que primero se aplicaba al lugar de nacimiento y luego a una comunidad de personas de la misma raza, lengua, instituciones y cultura que conformaban un único pueblo con un origen o nacimiento en común). El sustantivo latino a su vez, procede de natus, nata, natum, participio del verbo nascere cuyo significado es nacer, provenir, proceder. Nascere viene de una raíz indoeuropea *gen- que significaba dar a luz o engendrar.
Por tanto, el concepto original de este adjetivo se relaciona con su formación: (sufijo –al) lo relativo a la acción y efecto de nacer (nación-).


La Real Academia Española da como definición “perteneciente o relativo a una nación”; natural de una nación, en contraposición a extranjero”.
En este sentido y más profunda e ideológicamente puede hablarse de “ser nacional” para referirse a “una comunidad establecida en un ámbito geográfico y económico, jurídicamente organizada en nación, unida por la misma lengua, un pasado común, instituciones históricas, creencias y tradiciones también comunes conservadas en la memoria del pueblo, y amuralladas, tales representaciones colectivas, en sus clases no ligadas al imperialismo, en una actitud de defensa ante embates internos y externos, que en tanto disposición revolucionaria de las masas oprimidas, se manifiesta como una conciencia antiimperialista, como voluntad de destino”. (Juan José Hernández Arregui- “El Ser Nacional”).


Pero, entonces, Cataluña, ¿es una nación o no? Históricamente, Cataluña nunca ha existido como nación.

Según José María Alsina Roca (Catedrático emérito de Filosofía, director del Centro Superior de Formación del Profesorado del Instituto CEU de Humanidades Ángel Ayala y rector honorario de la Universidad CEU Abat Oliba de Barcelona): “No solo Cataluña nunca ha existido como nación, sino que ni siquiera ha sido nunca un reino. En España podemos hablar de los reinos de Jaén, Murcia o Valencia -todos ellos sí que existieron, aunque estos títulos significaban cosas muy distintas-, pero Cataluña era el Condado de Barcelona y cuando obtuvo entidad de reino fue integrándose en el Reino de Aragón. Podemos observar que cuando se invoca este supuesto derecho de autodeterminación se hace sobre la base de un principio: La realidad histórica. Y resulta que Cataluña nunca ha existido históricamente como nación. Las naciones, en sentido estricto, nacen en el siglo XIX y son fruto de una ideología romántica que primero brota en Alemania y luego vertebra Hegel. Por lo tanto, en el siglo XIX -y ya no digamos antes- Cataluña difícilmente podría haber sido una nación”.

Vaya, así que, dónde queda todo eso de “nuestra identidad histórica”, “nuestro pasado como reino”...sí, sí; como reino de Aragón.

Por cierto, me interesa mucho eso de “identidad catalana”. Puede que, cuando los catalanes hablan de ello, tengan razón.

Identidad es una palabra de origen latino (identitas) que permite hacer referencia al conjunto de rasgos propios de un sujeto o de una comunidad (Comunidad de Cataluña, por ejemplo). Estas características diferencian a un individuo o a un grupo de los demás. La identidad también está vinculada a la conciencia que una persona tiene sobre sí misma.
Interesante. Aunque vamos a intentar ir más allá. La identidad “nacional”, por su parte, es una condición social, cultural y espacial; se trata de rasgos que tienen una relación con un entorno político ya que, por lo general, las naciones están asociadas a un Estado (aunque no siempre sea así).

La nacionalidad  es un concepto cercano a la identidad nacional. Voy a poner mi caso como ejemplo. Yo, que nací en Guinea Ecuatorial, soy de nacionalidad ecuatoguineana y tengo documentos legales que acreditan dicha condición. Tengo, por tanto, identidad guineana (ecuatoguineana). Sin embargo, el aspecto más simbólico de la nación puede variar en cada caso. Una persona que nace en Guinea Ecuatorial (tiene nacionalidad ecuatoguineana) y a los ocho años de edad se marcha al exterior (en mi caso, vine a España), puede perder o descuidar, con el paso del tiempo, su identidad nacional. Si yo, después de pasar mis primeros ocho años de vida en Guinea Ecuatorial, vivo los 14 años siguientes en España, sin regresar nunca a mi tierra natal, es probable que mantenga mi nacionalidad desde el punto de vista jurídico, pero no mi identidad social o cultural. En mi caso, nunca negaré que nací en (y soy de) Guinea Ecuatorial; otra cosa es lo que, actualmente, me ate a mi tierra.
En otros casos, la identidad nacional puede existir sin que esté certificada por un documento legal. Los gitanos, por ejemplo, pueden hablar de identidad nacional pese a que su nación  no cuenta con un territorio propio o un Estado que los ampare como colectivo social ('Gitania', no existe). Un hombre, por lo tanto, puede tener nacionalidad española o de cualquier otro país e identidad gitana.

Así, pues, los catalanes (independentistas) pueden reclamar su identidad catalana, pero nunca su identidad como “Nación de Cataluña” (aquello de 'Països Catalans').

Me apetecía hablar de éste tema con motivo de la consulta del próximo domingo, el ya famoso 9N, sobre la independencia o no de Cataluña. Y lo escribo hoy porque no sé si podré hacerlo el lunes que viene, ya que mañana, martes, el Tribunal Constitucional puede declarar ilegal la celebración de dicha consulta (como ya hiciera con el referéndum), y ésta tenga que verse suspendida.

Si, finalmente, el Tribunal Constitucional anula la posibilidad de realizar dicha consulta, Artur Mas habrá hecho completamente el ridículo (total, uno más). Pero ya no puede echarse atrás. Si lo hace, quedará como un patético “intento de líder”, un mero bufón dispuesto a lo que sea con tal de volver a salir en las noticias y desviar la atención sobre la desastrosa gestión que está realizando en Cataluña (por no hablar de los escándalos de corrupción que, por otra parte, no sólo afectan a ésta comunidad). De otra manera, si decide ir hasta el final con todas las consecuencias (como así le exigen sus socios más extremistas, los de Esquerra Republicana), aquellos que sigan confiando en él podráin decir aquello de “pobrecillo, él lo ha intentado pero el Estado opresor español no le ha dejado; ha hecho todo lo que estaba en su mano”.

Por tanto, Artur sabe que debe llegar a la meta. Una consulta (que, por cierto, no sirve para nada, pues no tiene ninguna validez legal y todo el proceso es una pantomima engañabobos) que, lo único que mostrará, es el deseo de una parte de los catalanes. Personalmente, creo que sólo irán a votar los que desean la independencia de Cataluña, y el resultado de la consulta (si finalmente se celebra) será una mayoría aplastante a favor de los intereses de Artur Mas (no digo “a favor del sí” porque no se sabe exactamente cómo se formulará la pregunta).

Son muchos, estoy seguro (aunque hablo sin los números en la mano), los catalanes que se sienten muy catalanes, pero a la vez muy españoles, y que no creen en la división de las dos identidades. No soy español, tampoco soy catalán. Como ya he dicho, nací en Guinea Ecuatorial y de allí me considero. Así que me son indiferentes las quejas de unos y las amenazas de otros, y poco o nada puedo decidir sobre éste tema. Pero, eso sí, considero que la independencia o no de Cataluña debe ser tema de todos los españoles. Todo ciudadano español debe tener la oportunidad de poder votar al respecto, siempre y cuando así lo permita la ley, por supuesto. Sinceramente, creo que una Cataluña sin España no puede darse, así como tampoco puede ser una España sin Catalunya (sí, Catalunya), pues la una necesita de la otra. Por tanto, en éste tema, siempre me ha parecido bueno el dicho que dice (valga la redundancia)“mucho ruido y pocas nueces”, o, mejor aún, “perro ladrador, poco mordedor”.


Así pues, una cosa es defender la independencia de Cataluña y otra, muy distinta, asumir que España está constituida por una diversidad de pueblos con distintas tradiciones culturales y lingüísticas. Quien ignore este hecho, ignora la realidad de España.

Alguno me hablaba del tema de Escocia y de su histórica votación (con un resultado ajustado en favor del “no” a la independencia y la consiguiente dimisión del líder del partido que comandaba la propuesta), pero comparar a Cataluña con Escocia no tiene sentido. Escocia, hasta el siglo XVII, fue un reino independiente que tenía sus propios reyes. Gran Bretaña es la unión de una serie de reinos que han existido de manera independiente hasta hace relativamente poco tiempo.

Veremos en qué acaba todo esto, pero todo parece apuntar a un fracaso estrepitoso de Artur Mas. Como ya hiciera el líder independentista en Escocia, si todo acaba contrario a sus intereses, el President de la Generalitat debería dimitir por honor y orgullo propio. Deberá olvidarse, pues, de liderar una posible Camelot (los 'Països Catalans') y convertirse, con ello, en el Rey Artur.

03-11-14.
Feliz semana.
Manuel O. Obama.

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