La he echado en falta durante el viaje de vuelta, no os lo voy a negar. Un viaje de vuelta en el que, entre sueño y sueño, resuenan las palabras que hace tan solo unas horas nos ha dicho el Papa Francisco. Eso de que la alegría es misionera, pero que no es para uno, sino para llevársela a alguien. Y nosotros, que hemos ido a buscar el mensaje de Cristo, a buscar el sentido de la vida, tenemos el deber (no querría utilizar la palabra “obligación”) de, como digo, llevárselo a los demás. De contagiar esa alegría. Esa alegría también ha sido algo que hemos podido recibir con anterioridad. Hay personas que nos han preparado para recibirla. Si miramos hacia atrás todos tendremos un rayo de luz para la vida: padres, abuelos, amigos, sacerdotes, maestros, catequistas… Ellos son las raíces de nuestra alegría. Y es esa alegría, precisamente, la que yo en particular, y humildemente, voy a intentar transmitir a lo largo de los viernes que me sienta lo suficiente capaz para contar mi expe...