De Barañáin a Puente (y tiro porque me lleva la corriente)


Está diluviando. La lluvia golpea los cristales del salón con fuerza. Hace unas horas hasta ha granizado. Y os cuento esto porque pensaba ir a correr pero como el escribir también me sirve como vía de escape, aquí me encuentro, tratando de organizar el artículo de esta noche para ver si logro contaros todo lo que os quiero decir.

Mi “amega” María Romero me repite hasta la saciedad que es una suerte poder trabajar de lo que me gusta, y aunque le diga que me doy cuenta no es verdad. No me doy cuenta, no lo valoro como creo que debería hacerlo.

Realmente, no sé cómo explicar cómo me siento. No sé si este punto de inflexión me va a servir o no personalmente para escribir un artículo o para dejar estas líneas en este tercer párrafo, pero por intentarlo que no quede.

¿Os ha pasado alguna vez el empezar a escribir algo, el dejarlo a medias, en volver al rato como quien dice- o a los días- y haber tenido la ocasión de reflexionar y tener todo un poquito más claro? Este tiempo- que vosotros no habéis notado- entre el párrafo anterior y estas líneas me han servido para hablar conmigo mismo y para saber más o menos lo que os quiero contar, aunque luego me pueda ir por los Cerros de Úbeda y no diga nada de lo esquematizado en mi mente, pero en fin...

Empecemos.

Es complicado ser interino. Y no es tarea fácil porque puedes empezar trabajando un mes en Garralda, dos semanas en Beriáin y llegar a la Ikastola Hegoalde y a Atargi y que al mes y pico te digan que el maestro que estaba de baja ya ha cogido el alta y que no hace falta que vuelvas mañana.

Y por eso soy consciente- y en este caso de verdad- que la suerte que tuve el año pasado de coger una vacante para estar durante cinco meses en un mismo colegio es algo que tardará un tiempo en repetirse.

Hace ya un par de semanas- a fecha de estar escribiendo esto, quizás cuando lo leáis ya haya pasado un mes o más-, que entré al colegio de Puente la Reina / Gares a trabajar como maestro de Religión. Desde primero de Infantil hasta sexto de Educación Primaria, y no es fácil admitir lo fácil- valga la redundancia- que me lo ponen los niños de tres, cuatro y cinco años. ¡Si supieran esto Uxue Ariño e Irune Iturbide! No darían crédito a mis palabras. No se lo creerían. Pero es verdad.

Bien sabéis que no cambiaría la primaria por nada del mundo, pero los pequeños tienen una magia especial. No tienen el filtro que a veces me haría faltar tener a mi para no ser tan transparente y decir la mayoría de cosas de las que pienso y se me pasan por la cabeza. Tienen esa inocencia de preguntarte cosas que haces por inercia y que tú ni tan siquiera te das cuenta. Que luego piensas… ¿En serio? ¿En serio he hecho esto? Y hasta que no te lo vuelven a decir no te vuelves a dar cuenta.

Claro que también tienen esa parte “complicada” que tú solventas como puedes y los mandas al baño diciendo “ya volverán”, y vuelven- “menos mal” piensas tú para tus adentros-.

La cuestión es que antes de empezar en Puente he estado varias semanas en casa de mi abuela, y uno de esos días al salir de su casa he sentido lo que siento cada 6 de enero ante su portal ¿El por qué? Quizás, y solo tal vez, porque el día de Reyes me sigue haciendo mucha ilusión y porque aquel día iba a hacer algo que me hacía tremendamente feliz.

Aunque pareciese mentira, iba a volver por un día a la que cinco meses atrás había sido mi segunda casa; iba a volver al Alaitz de Barañáin. A cubrir una baja de dos horas, pero qué baja…

Desde que estuve en el Alaitz durante mis segundas prácticas, siempre se me quedó la espina de no poder darles clases “como maestro oficial” a aquellos niños de 2º de Primaria que durante un par de meses fueron mis “alumnos”, y aquella mañana, saber que iba a tener la ocasión de estar 50 minutos con ellos me hacía increíblemente feliz.

Darles una clase de Lengua Castellana- era lo que tocaba- y poder recordar cosas de aquellas prácticas junto a Izaskun Juanto- también se acordaban de ella- fue genial. De aquellos niños de 2º no quedaba nada. Ya estaban en sexto, pero fue una sensación realmente increíble. Indescriptible. Volver a ver a los excompañeros que por unas horas volvieron a ser compañeros y volver a pisar por unos segundos la que el curso pasado fue mi clase. Me sentí extraño, un poco fuera de lugar y es que a pesar de volver a sentir esa ilusión de estar en “mi aula”, saber que ya no era mía tras haber vivido tanto y tan bueno con mis ya exalumnos fue duro.

No ver mi nombre en la puerta no puede decirse que me afectara mucho, pero el entrar y sentarme por unos segundos, con el aula vacía, en la que fuera mi silla me hizo valorar todo ese tiempo de verdad. Y se me ponen los pelos como escarpias al volver a recordarlo para contároslo a vosotros.

En estos momentos- porque quién sabe dónde estará uno mañana-, que voy dos días por semana a Puente me acuerdo de todo ello. Estoy a gusto, de veras, y es un trabajo que permite compaginar muchas cosas, pero tengo la sensación de que aún me faltan unos cuantos días de rodaje para sentirme como en casa. Y es cosa mía. Todo es distinto y los cambios nunca son tan fáciles como nos gustaría que fueran. Tiempo al tiempo...
 
En fin, que me siento nostálgico y que por eso he decidido acompañar este artículo con la foto que veis junto a estas líneas, los que fueron mis alumnos el curso pasado. Porque siempre serán mis primeros alumnos reales. “Mis conejillos de indias”. Y porque aunque yo sea “uno más”, ellos siempre serán especiales para mi.


Nos vamos, no sin antes felicitar a Raquel Espuelas que hoy cumple años.
 

¡Feliz fin de semana familia! Gracias un viernes más por haber estado ahí.
 
 
Joseju Aranaz (@jjaranaz94)

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