Siempre nos quedará Roma (XIV)
Ay…
Que bonita fue la entrega de
hace hoy exactamente 7
días. Más o menos como la
que vamos a vivir hoy. El
morbo que tuvo lo que nos
contó Manuel de primera mano sobre su amor con Pamela. Lo que nos
reímos, y lo que nos queda por revivir. Hoy lo que cuente yo va a
ser más bien poco, ya que prefiero que Manuel acabe contando
lo suyo “de viva voz”.
(Si os perdisteis sus primeras palabras podréis leerlas pinchando
aquí). Lo nuevo de
El diario
es lo que
viene a continuación:
(…)
Al
día siguiente, se lo comenté a mi grupo. Hablé con María y Leti
del tema, pero rápidamente me bajaron de la nube en la que yo me
había subido. María no dijo nada (creo recordar que sonrió),
mientras que Leti me advirtió de que era peligroso hacerse ideas
equivocadas, que lo más probable era que simplemente yo le caía muy
bien y le gustaba mucho como amigo, pero nada más. Que me olvidara
de esas paranoias porque podía hacerme mucho daño. Sí, suena duro
por su parte, pero ella parece ser siempre así de directa. María, a
quien yo nunca dejaba de lado (ella me contó que estaba muy
enamorada de su novio, (...)),
sí que me animó a que, si realmente yo sentía algo por ella, que
comprobara si ella sentía lo mismo y que atacara. ‘A ver – le
dije yo –, no te líes. Que yo no siento nada por ella. Te recuerdo
que tiene 15 años. ¡15! Simplemente creo que ella se ha
encaprichado por mí. Lo digo en serio. Pero no sé si son cosas mías
o es así de verdad. Pero voy a averiguarlo…’ (…)
Y
así iban pasando los días. Sin darnos cuenta, ya habíamos llegado
a los momentos finales de nuestra
experiencia romana. Tristemente, llegó el día de la despedida.
Siempre diré que me faltó algo más de tiempo (…).
Y
fue en ese momento, cuando ya nos despedimos de los niños, cuando
terminamos de recoger las cosas y desear lo mejor a cada uno de
ellos, cuando ya estábamos contando los días para volver a vernos
mientras nos secábamos las lágrimas que caían cual hojas caducas
de un árbol en otoño, que Pamela, mi querida Pamela, hizo algo que
me dejó estupefacto, boquiabierto, sorprendido, absorto, paralizado,
atónito, desconcertado, estático, patidifuso y, en definitiva,
turulato. Y es que fue algo que yo no esperaba…
Antes
de subirse al coche que habría de llevarla de nuevo a su casa, se
paró, me miró y, como si de una película romántica se tratase, se
quitó el colgante que llevaba al cuello, extendió mi
brazo
y me lo dejó en la mano. Sí, así es, qué mayor prueba de aprecio
(no digamos amor, pues ya sabéis que yo nunca creí en él) y cariño
que entregarle a la otra persona uno de tus más preciados bienes.
(Lo
tengo que confesar, en este momento tengo los pelos como escarpias y
estoy con la lagrimilla en el ojo derecho, me acuerdo tan bien de
“el” momento...)
Pues,
como os digo, yo me quedé petrificado y no supe cómo reaccionar
(¿qué haríais vosotros?). A mi lado, José Julio, observaba toda
la acción con una sonrisa a medio camino entre incrédula y, sobre
todo, vacilona. Por un momento pensé que le iba a entrar un ataque
de risa, se iba a desco…jonar y se iba a retorcer en el suelo cual
bailarín de break dance… pero no lo hizo, simplemente observaba la
situación atento y sorprendido, como yo. María y Leticia no estaban
cerca en ese momento; supongo que se estarían despidiendo de los
demás jóvenes. Yo me estaba despidiendo de quien quería (de quien
quería despedirme, digo; no penséis mal cabr…ones, jeje) de
aquella con la que tantos buenos ratos había pasado durante estos
siete días.
Entonces,
cuando Pamela ya se marchaba en dirección al coche (os doy mi
palabra de que no me estoy inventando nada, vosotros mejor que nadie
sabéis que en ‘El Diario de Manu’ no se cuenta nada que no haya
sucedido en la realidad), María y Leticia se acercaron a José Julio
y a un servidor (creo que fue en este momento; José Julio y María
pueden aclarar este punto si no es correcto). Les conté a ellas lo
sucedido segundos antes y ambas reaccionaron igual, con una sonrisa
de sorpresa. No recuerdo cuál de ellas fue, pero una (y creo que fue
Leti) me pregunto: ‘¡¿Y no has hecho nada?!’ ‘¿Qué querías
que hiciera?’, le pregunté. ‘¡Jod…er, pues darle un beso!’
(Alaaa, toma momento telenovela). Entonces, le respondí: ‘Darle un
beso, dice. ¿Qué te crees que esto? ¿Una película?’ Se rieron.
‘Jod…er, pero si una tía te regala su collar lo que tienes que
hacer es besarla’, me dijo alguna. Sí, claro, y me la tiro ahí
mismo (pensé para mí). ‘¡Pero corre, que aún no se ha ido! Me
gritó una de las dos. ¡Corre, hombre, que aún hay tiempo! Apuntó
la otra, en un claro pitorreo ya de la situación.
Pero
yo fui corriendo. Así es, fui corriendo. Tocaba hacerlo, a pesar de
que la situación era, a mi entender, de risa, ya que ni yo era
Richard Gere ni ella era Julia Roberts en su papel de ‘Pretty
Woman’. (...)
Pero
(…) fui corriendo hasta el coche donde estaba Pamela (todavía no
se había ido). Ya sé que parece que ha pasado un mundo desde que
ella me dio su colgante y hablé con las chicas, pero todo esto
sucedió en apenas unos pocos instantes. Pamela me vio, salió del
coche, se paró en frente
mía
y yo…no la besé. Pues no, ¿qué esperabais? ¡Que esto no es
‘Oficial y Caballero’! Ya os he dicho que yo no soy Richard Gere.
No la besé, no me atreví ni quise hacerlo; sólo le di las gracias
y le dije que nunca me iba a olvidar de ella. Quería haberla (toma
laísmo de Manu, en fin...) regalado yo también algo, pero
en ese momento no llevaba nada importante encima. Y mi tristeza fue
aún mayor por pensar que ella me iba a olvidar y yo no había sido
capaz de darla (aquí
Manu de nuevo
quiso decir “darle”, no sé de donde le viene ese
“laismo”) nada.
Pero, cosas del Señor, la oportunidad me llegó tres o cuatro días
después…
(…)
Después de Asís, volvimos al lugar en el que habíamos estado con
los niños, la Parroquia, dispuestos a empezar la segunda parte de
nuestro campo de trabajo. Efectivamente, el campo de trabajo se
dividía en dos partes y, en los últimos cuatro o cinco días
(perdonad, pero no recuerdo las fechas exactas) íbamos a estar con
otros jóvenes diferentes a aquellos con los que habíamos convivido
los primeros siete días…o eso pensábamos nosotros.
Leticia,
María, José Julio y yo salimos a la entrada a recibir a los
‘nuevos’ niños y, cuál fue nuestra sorpresa cuando, al mirar
los coches en los que llegaban, vimos aparecer a Pamela, Brenda y
compañía. Sí, lo admito, mi alegría fue inmensa, y llevaba una
enorme sonrisa bobalicona…¿por qué sería? Volvía a ver a Pamela
y encima se me presentaba nuevamente la oportunidad de hacer aquello
que no pude hacer en nuestro último encuentro, el día de nuestra
despedida…¿besarla? ¡Que no, que no seáis pesaos’! Que no
quería besarla. Recordad que la obsesión venía de ella hacia mí,
no a la inversa.
Pero
todos nos hacíamos la pregunta evidente, ¿cómo es que volvían los
mismos? La respuesta, clara. Aquellos a los que les tocaba venir les
fue imposible porque tenían otros planes, así que habían decidido
que volviesen los que ya habían estado. Decía que por fin podía
hacer aquello que no hice porque, en un rato muerto que tuvimos,
aproveché para regalarle a Pamela una pulsera/rosario que había
comprado para mí – muy bonita – pero que estaba encantado de
dársela a ella. Por fin me quedaba satisfecho. Gracias a Dios, pude
devolverle el bello gesto.
Como
veis, la historia termina muy bien (que no, que no hubo beso, ni
falta que hacía; iba a ser peor para los dos, jejeje). Sobre el
resto de días, ya os podrán hablar mis compañeros. Fueron días
muy provechosos y una experiencia maravillosa la del campo de
trabajo. Lo de Pamela queda en un segundo o incluso tercer plano.
Bello tercer plano, pero tercer plano. Estar con los niños gitanos,
compartir su vida y ser aceptado por ellos fue algo imposible de
describir. Te recibían con los brazos abiertos sin preguntarte quién
eres ni de dónde eres (a ver, me lo preguntaron, pero ya me
entendéis, jeje).Que os quede claro, aunque no esté Pamela,
volveré, si puedo, el año que viene.
Decir
que, a día de hoy, sigo en contacto con Pamela.
Y
hoy nos despedimos así, sin nada más que decir, a pesar de que los
“(...)” sean muchos y largos, pero no cabía todo.
Gabon.
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