Diario de una JMJ (XVIII)
Un pastelito de nata, como los de Belem, es un
susurro dorado que cruje al tacto, liberando en su centro un corazón cremoso
que sabe a cielo y a atardecer dulce
Hace 21 días dejábamos de escribir en Belem (recuérdalo aquí), y como suelo empezar estos especiales de la JMJ con frases que muchos de los protagonistas dejaron en el viaje de vuelta a Pamplona, y porque parece que se me han acabado, le he pedido a ChatGPT que me escribiera una frase poética con los pastelitos de nata como excusa, ¡a ver si os pensáis que yo soy tan cursi!
Hace tres semanas se
me quedaron dos cosas en el tintero, que son las que voy a abordar esta noche.
La primera es
explicar, brevemente, por qué os dije que sentí presión cuando dos adolescentes
nos preguntaron dos tonterías por las calles de Belem. La cuestión es que
siento presión, me agobio, cuando un desconocido se me acerca en Pamplona y me
pregunta, por la calle Mayor estando en la puerta de San Lorenzo. Soy
consciente de que el ejemplo es un poco extremo, pero muchas veces contesto que
no lo sé con exactitud, que avance un poco y que pregunten a alguien que tenga
más idea que un servidor, y es que así somos los PTVs; indecisos,
dudosos, inseguros, titubeantes, irresolutos, perplejos, hesitantes,
desconcertados, ambivalentes, dubitativos... ¡Será por sinónimos!
Y la segunda es hacer un segundo a
parte (tras el primero que fue para María Chaverri) para Juan Pablo Valencia y
los pastelitos de nata. Cuando os pedí, allá por no se cuando, titulos para dar
nombre a estos especiales desde Lisboa, el abogado me propuso “Mucho
más que pastelitos de nata” y le dije que quizás no
fuera el que mas apropiado me parecía, pero que le haria un aparte en cuanto tuviera la
oportunidad. Pues aquí está, así que vamos a hablar un poquito de ellos.
Los
pasteles de nata, conocidos como Pastéis de Belem,
son una de las joyas más emblemáticas de la repostería portuguesa. Originarios
del barrio de Belem en Lisboa, estos dulces son una delicia hecha de una fina
capa de hojaldre crujiente que encierra un relleno cremoso a base de nata y
yema de huevo, con un ligero toque de canela y limón. Aunque se pueden
encontrar pasteles de nata en toda Portugal, los Pastéis de Belem
tienen un estatus especial, pues su receta original, creada en el siglo XIX por
monjes del Monasterio de los Jerónimos, se mantiene en secreto y solo se
elabora en la fábrica oficial.
Parte del
encanto de estos pasteles reside no solo en su sabor, sino en la experiencia
que rodea su consumo. Comer un Pastel de Belem es sumergirse en la historia y
el sabor auténtico de Lisboa, especialmente si se disfruta recién salido del
horno- como fue nuestro caso-, cuando el contraste entre la textura crocante y el relleno suave alcanza
su perfección. La tradición invita a acompañarlos con un espolvoreo de azúcar
glas o canela, realzando aún más sus sabores.
Más
allá de su inigualable sabor, los Pastéis de Belem
han trascendido como un símbolo cultural y turístico de Portugal. Cada día, la
famosa confitería en Belem atrae a miles de visitantes, dispuestos a hacer
largas filas para probar los pasteles frescos, siguiendo una tradición que ha
perdurado por generaciones. Este dulce ha conquistado paladares de todo el
mundo, convirtiéndose en un embajador de la gastronomía portuguesa, donde la
sencillez de los ingredientes se transforma en una explosión de sabores que
conecta al pasado con el presente.
Suficiente
por hoy; volvemos en siete días con el especial de Navidad para cerrar oficialmente esta 18º temporada del TEVDA. Gabon familia.
Aranaz, Joseju (@jjaranaz94)
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