Carta a mi mismo

 

          Mi vida escribiendo es un puñadito de ceños fruncidos, kilos de sueños, belleza en un par de ojeras y la banda sonora de Harry Potter (no, esto último no, aunque si fuera Leire Muñoz es posible).

            Puede que para contar la realidad tal y como yo la veo tenga que teñirlo todo del marrón de mi mirada. Del marrón del café. Y del chocolate. Y de los problemas que trato de eliminar cuando escribo. Mis cosas. Mis cosas no son nada si no las pongo por palabras.

            Cuando miro atrás y me fijo en ese chico con flequillo que se sentaba en su escritorio a contarse historias a sí mismo y a un montoncito de personas que le leían en un humilde blog, me produce orgullo y rabia a partes iguales. Orgullo porque quién me iba a decir a mí todo lo maravilloso que vendría. Porque ocho años después puedo seguir defendiendo el blog. Porque a empeño no me gana nadie. La rabia es porque ocho años después me sigue costando decir eso de `sí, escribo, y decentemente´. Sin embargo, cada día doy un pasito más, y dar un pasito más no es algo pequeñito, es de lo más grandioso.

            En ocho años he aprendido mucho de la escritura y del tiempo. De la primera, que es mucho más sencillo contar cómo te sientes a completos desconocidos que a tus seres más queridos. Del segundo, que cuando se va nunca vuelve.

            El 12 de septiembre de 2014 eras un niño. Estudiabas segundo de carrera en la uni y soñabas con volar, con ser maestro. Por las mañanas ibas a clase, por las tardes pasabas apuntes a limpio y por las noches... las letras. Terminabas de cenar a las tantas y le dabas a la tecla.

            Al principio ni querías que se supiera que eras tú, pero a los pocos meses ya pensaste que, total, dentro de cien años estaremos todos muertos, voy con todo. Como siempre. Tú vas con todo. Hacía tanto que no te escribía una carta que se me hace raro. Y, además, no quiero que parezca que te echo la bronca, porque sabes que te quiero (aunque algunas veces no lo notes). Y tienes que escribir. No hay excusa. Debes escribir. Porque tú eres esto. Porque no te entiendes si no te escribes. Porque lo necesitas.

            Hoy vengo para decirte dos cosas. La primera es que si te hubieran dicho que 16 temporadas, más de 300 programas y ocho años después de crear este sarao seguirías escribiendo habrías flipado. La segunda es más breve: estoy orgulloso de ti.

            Y de vosotros, por permitírmelo. Sin vosotros no sé si esto seguiría teniendo sentido.

            Volvemos en siete días.

            Gabon familia.

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