Admisiones sin derecho
Mirad.
Normalmente, no utilizo Facebook ni Twitter para subir fotos o comentar las de los demás. Siempre he pretendido que sean un escaparate, una vía para darle publicidad al Blog de OBAMA’S CHANNEL o al espacio de Radio OBAMA’S CHANNEL que se puede escuchar por Internet. Es decir, siempre he optado por “profesionalizar” mis perfiles en las redes sociales. Eso, bien lo sabéis.
Normalmente, no utilizo Facebook ni Twitter para subir fotos o comentar las de los demás. Siempre he pretendido que sean un escaparate, una vía para darle publicidad al Blog de OBAMA’S CHANNEL o al espacio de Radio OBAMA’S CHANNEL que se puede escuchar por Internet. Es decir, siempre he optado por “profesionalizar” mis perfiles en las redes sociales. Eso, bien lo sabéis.
Pero, por una vez, me veo en la imperiosa necesidad de compartir con vosotros una desagradable experiencia que viví en carne propia; tal vez, la más desagradable que me ha tocado vivir. Y, si bien no a todos os va a interesar, quiero aprovechar la libertad que tengo para hacerlo. Perdonad mi lenguaje primero, y disculpad mi lenguaje, después. No fui el único que allí estuvo presente, así que, tened por seguro que me cuidaré muy mucho de mentir o decir algo que no se ajuste a la realidad de lo sucedido.
Domingo, 17 de enero de 2016, alrededor de las 03:30h. Cinco amigos y quien escribe (todos negros), marchamos a Ozone para continuar la buena noche que estábamos viviendo. Como todos, íbamos con la intención de pasar un buen rato en la discoteca. Como todos, nos pusimos en la fila. Como todos, pasamos por taquilla. Como todos, compramos nuestra entrada. Como todos, fuimos hasta la puerta, pero no pudimos entrar…como todos.
“No podéis entrar”, nos dijo el portero.
“¿Cómo?”, me sorprendí, por supuesto.
“No podéis pasar”, repitió.
“Pero, ¿cómo que no podemos pasar? ¿Y por qué no?”, preguntó un amigo.
“Que no podéis entrar” (pero si eso ya lo habías dicho, hasta ahí quedaba claro).
“Pero, ¿por qué?”, dijo otro, ya alterado.
“Tenemos derecho de admisión”.
“¿Cómo?”, me sorprendí, por supuesto.
“No podéis pasar”, repitió.
“Pero, ¿cómo que no podemos pasar? ¿Y por qué no?”, preguntó un amigo.
“Que no podéis entrar” (pero si eso ya lo habías dicho, hasta ahí quedaba claro).
“Pero, ¿por qué?”, dijo otro, ya alterado.
“Tenemos derecho de admisión”.
Fue un mazazo. Lo entendí sin necesidad de repeticiones.
Era la primera vez en mi vida en la que me vetaban la entrada a ninguna parte. Entendí lo que me dijo, pero no lo comprendía. Fue entonces, cuando uno de los amigos que me acompañaba (que conocía al portero) me explicó que, hacía muchos meses, tuvo lugar ahí un altercado entre unos jóvenes. Varios de ellos terminaron pegándose; entre ellos, había un par de jóvenes negros. Además, me contó que a los porteros les habían dicho que, a raíz de eso, no dejasen entrar a los negros. Debo decir que, en honor a la verdad, no creo que eso sea del todo cierto, pues tres de los seis que ayer estábamos en la puerta somos habituales del local y llevábamos acudiendo al mismo con asiduidad y normalidad y sin ningún tipo de restricción casi cada fin de semana. Entonces, ¿qué había pasado para que una semana antes yo pudiese entrar y ayer no me estuviese permitido el acceso? La respuesta: que íbamos muchos negros en el mismo grupo.
Puede sonar fuerte, pero es la verdad; ojo, no estoy diciendo que el dueño o los dueños del local sea/n racista/s, sino que, negros y blancos, no somos tratados de la misma manera (¡qué torpe!). ¿Por qué debo pagar yo por lo que hizo otro? ¿Por qué no puedo yo acudir con tres amigos negros? ¿Por qué no puedo yo ser tratado de la misma forma que los demás? No te pido que me trates mejor, pero no me trates peor.
Todos los fines de semana en los que he acudido a Ozone, he podido observar (y, seguramente, cualquiera de vosotros) que el 99% de los asistentes eran blancos. Bueno, 98%, si queréis. Así pues, por estadística simple y pura, casi todos los altercados, empujones y peleas (y no miento si digo que se producen todos los fines de semana) tienen a hombres y/o mujeres como una parte implicada, (si es que no son las dos). Entonces, ¿por qué a ellos no se les prohíbe ir en grupos? No, por supuesto, es más fácil decirle a un negro que no puede entrar, pensando (ingenuamente) que así se logrará acabar con las peleas. Y, repito, no estoy pidiendo que se niegue la entrada a otros grupos. Quien quiera entender, que entienda.
Dicen que tienen derecho de admisión, pero yo digo que no hay derecho a ciertas admisiones.
Me parece vergonzoso que, en pleno siglo XXI, todavía sea necesario que aparezca otra Rosa Parks que se niegue a aceptar y se rebele ante semejante injusticia. No entiendo cómo todavía puede haber imbéciles que crean que los negros son peores que los blancos, o que éstos merecen más derechos y privilegios que aquéllos. Y no puedo creer que siga habiendo necios retrógrados de mentes cerradas que se niegan a aceptar la realidad del presente: que negros y blancos, independientemente de nuestras diferencias culturales, somos iguales. Tenemos los mismos fallos, los mismos aciertos, las mismas peleas, las mismas reconciliaciones, los mismos hastíos, los mismos anhelos, las mismas tristezas, las mismas alegrías... Tenemos ‘los mismos’, porque somos ‘los mismos’.
Por lealtad y convicción propias, prometo no volver a pisar Ozone hasta que mis compañeros, mis amigos y mis hermanos puedan volver a entrar. No os pido que hagáis lo mismo. Seguramente, si se les negase la entrada a los gitanos, a los árabes, a los sudamericanos, a los rumanos, o a otros grupos sociales, tampoco yo me plantearía dejar de acudir. Eso sí, basta que le toque a uno mismo para plantearse las cosas y cuestionar la condición humana. Algunos pretenden hacernos sentir vergüenza de pertenecer a la misma especie, pero en el mundo hay personas buenas, y son muchas. Y son la mayoría.
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