Ha sido un buen verano. Un verano que respecto a lo climatológico hace casi un mes que dejamos atrás, pero que con respecto a lo astronómico, apenas llevamos cuatro días de otoño. Las sombras empiezan a desdibujarse y te acorralan, los días se acortan, pero en el móvil quedan guardados ya recuerdos de algo parecido a la felicidad. Recuerdos de una vida real (o casi irreal, según se mire), que hace que sientas nostalgia. Nostalgia, por mirar al pasado, y por recordar veranos de cuando éramos niños. La nostalgia es una prueba de que vives una vida que merece la pena, y quizás por eso yo siempre escriba sobre el pasado, porque no tengo capacidad de invención de cosas futuras, aunque alguna rara vez ( aquí por ejemplo) lo haya hecho. Han sido días de fiestas, de fuegos artificiales y de reencuentros multitudinarios; días de decirse sí, quiero , de coger butaca en primera fila de playa, días de darle la vuelta a todo. Días de viajes largamente esperados, de viajes inesperadamente...