¿Volveremos a las aulas?


Sabéis que soy docente de Primaria. Mi trayectoria en las aulas no es larga. Pero como todos, vivo el confinamiento de estas semanas en casa y procuro teletrabajar con mis alumnos y sus familias. Sin embargo, me acompañan permanentemente un desasosiego y un malestar de los que no puedo librarme.
 
Y pienso, recuerdo, evoco... Y llegan a mi cabeza tantas clases…
 
Vienen hasta mí alumnos brillantes, rápidos, ágiles de los que pillan la explicación antes de que la termines y quieren más enseguida. Viene también el desvalido, en cuyos ojillos temerosos notas que no lo ha pillado “ni de coña”. Viene el independiente que estaba felizmente interesado en algo que nada tiene que ver con tu propuesta. Viene el lento que todavía no ha sacado el cuaderno y el perfeccionista que todavía no ha terminado de afilar adecuadamente el lápiz. Y el nervioso, el inseguro, el graciosete…
 
Y con esos mimbres tejemos los docentes nuestro día a día. Y, a veces, con más frecuencia de lo que algunos se creen, gloriosamente, la clase fluye y se hace la magia: y la brillante descubre que no le viene tan mal volver a escuchar algo para afianzar, y el temeroso va encontrando el valor para transitar por lo desconocido, la independiente se conecta y enriquece con su peculiar punto de vista la clase, el lento termina de sacar sus cosas... Y, de pronto, hay un único corazón y un único latir y el engranaje de los aprendizajes se pone en marcha.
 
Por eso, porque nos falta todo eso (la convivencia, la cercanía, la complicidad) andamos ahora todos como pollos sin cabeza. Sin cabeza y sin corazón. Y nos conformamos con internet, con Google y con fichas.
 
Y como muchas veces en clase, uno pretende empezar hablando de una cosa, pero la pregunta de un alumno que quizás nada tenga que ver con el tema que estabas tratando, te lleva a la necesidad de usar palabras distintas con las cuáles terminas invirtiendo todo el tiempo de esa sesión. Hoy, y ante el inminente regreso de Pasapalabra a Antena 3 de la mano de Roberto Leal, vamos a jugar un poquito con palabras. Palabras comunes y otras que no lo son tanto. Por ejemplo, petricor.
 
Petricor es el olor a tierra humeda, olor a lluvia. Ese que a mi me recuerda a Carcastillo, y ese quizá estos días atrás muchos hemos podido sentir en la lejanía. En una de las muchas cadenas que estos días ha circulado por las redes sociales, hay una que invita a decir nuestra palabra favorita. Petricor es una y hay muchas más que de alguna manera dejan testimonio del tiempo que vivimos.
 
Esperanza. La que tenemos todos en que esto acabe definitivamente, en que todo mejore, en que todo pase. Quizá seamos personas nefelibatas, es decir, soñadores, pero medio mundo sueña con pisar la calle con total libertad: sin restricciones; sin horarios. Calle también es una palabra que ha subido su cotización, en breve esa calle será nuestra segunda casa, o la primera.
 
Hay quién vota por estar, porque estar significa mucho, y no estar la mejor forma de ayudar. Es normal que abrazar sea también de las más repetidas. Abrazar es una palabra secuestrada, no pagaremos rescate, pero la liberaremos más pronto que tarde.
 
Compromiso es otra, el compromiso demostrado por unos ciudadanos que hemos entendido que es muy necesario para volver a abrazar, a ganar la calle y coger tierra mojada del parque cerrado de al lado de la casa que se nos cae encima.
 
Aliento. El que damos a los que más lo necesitan, aliento para el que ha perdido a un ser querido, aliento para el que pelea con la enfermedad, ese aliento que tienen que sentir los que trabajan estos días para doblegarla. Esos que ojalá lo sigan recibiendo cuando acabe todo. Porque el eco de los aplausos de cada tarde deberá resonar mucho tiempo.
 
La empatía, que es otra de las palabras favoritas, hay que demostrarla no solo cuando diluvia, también cuando brilla el sol. Y la soledad, deseada muchas veces, es una palabra maldita cuando no se elige.
 
Sin embargo, hay una preciosa que será lo que todos hagamos el día que acabe el necesario arresto domiciliario, haremos una francachela, una reunión de varias personas para divertirse comiendo y bebiendo.
 
Bihotz es corazón en euskera, choiva una de las cien maneras de decir lluvia en gallego y peton beso en catalán. Palabras ya inventadas para un tiempo nuevo, palabras de siempre para algo que nunca habíamos vivido.
 
Día 55 del estado de alarma. De momento hasta el 24 de mayo. Como dice el Gobierno “se tendrá que alargar más”. Cómo dice mi amiga y vecina María Gárate- que no veáis el juego que me está dando estos días- “hay que pensar que estamos un poco más cerca del final”, aunque rápidamente rectifique y me diga que “mejor dicho, estamos más lejos del principio”. ¡Cuánta razón!
 
Nos vamos; el viernes que viene, más.

¡Feliz fin de semana!

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